Violet: La mujer con zapatillas rojas

Descubre la historia de Violet, la mujer cuyas zapatillas rojas dejaron una huella imborrable en su camino. Su viaje está lleno de inspiración, pasión y misterio.


Capítulo 2

 

—¡Puedes callarte, Víctor! Que no ves que este hombre es el hermano de Aiko. ¿Por qué eres tan cruel?

—¡Ah, pues mejor aún! No tendrás que estar de rodillas tanto tiempo. Llévatelo a la cama entonces. Puedo esperar aquí ya te lo dije, siempre es divertido oír a una zorra gemir.

El hombre reía burlonamente. Parecía encontrar un placer morboso por maltratar a la chica. Él le pareció despreciable a Antón.

—Disculpe, caballero, pero la señora ya dijo que regrese después —Antón estaba cansado de escuchar al hombre asqueroso y vulgar. 

—¿Señora? ¿Señora esta puta? —preguntó y luego soltó una carcajada que lastimó los oídos del niño en brazos de la mujer. 

Antón tomó del cuello al hombre y lo azotó hacia la pared contraria del pasillo. 

—Alto, alto, por favor, señor Antón... 

Violet, intentó separar a Antón de Víctor sin éxito, pero cuando Antón escuchó al niño de la mujer llorar más fuerte, retomó la compostura. 

—Gracias —agradeció Violet.

Su pequeña mano estaba en el pecho de Antón, cuando él miró hacía ella, intimidada la bajó lentamente.

Víctor tosió un par de veces antes de poder tomar aire. Antón lo había estado asfixiando. Finalmente habló: 

—Volveré más tarde, Violet, pero si no tienes el dinero, te echaré a la calle esta noche. ¿Comprendes? 

—Sí, señor, se lo agradezco. 

Mientras Violet miraba partir a Víctor, Antón la observó de pies a cabeza. Ella giró su rostro hacía él, y asintió dándole las gracias de esa manera, así como lo había hecho Aiko muchas veces antes. Luego con una señal de su mano lo invitó a seguirla hasta su departamento. Y cuando entraron, Antón no se sorprendió al ver el mal estado de los pocos muebles, tampoco se sorprendió al ver las paredes desgastadas y el vidrio roto de la ventana de la pequeña estancia. Supo que ese lugar era una pocilga desde el principio y no se molestó en avergonzarla más poniendo mala cara. Su carácter estoico era una bendición y maldición al mismo tiempo.

Violet, había estado ordenando el pequeño departamento antes de que hubiera comenzado a amamantar a su hijo, pues había ropa de bebé limpia y bien doblada sobre el único sofá del departamento. Ella hizo a un lado la ropa devolviéndole a un cesto y así tener espacio para que se sentara Antón. Era un hombre más alto que su esposo que media 1.80 y por supuesto más ancho. Su hermano parecía un jovenzuelo a su lado.

—Por favor, señor Antón, tome asiento —invitó amablemente Violet. Ella todavía parecía muy nerviosa y apenada. Antón detectó la vergüenza que sentía por sí misma, por su hogar maltrecho tal vez o porque el hombre repugnante la llamó zorra. Por su atuendo, simplemente parecía una muchacha muy joven, desnutrida y ojerosa.  

—Preferiría que me dijera a dónde puedo encontrar a mi hermano. 

Su tono fue directo y parecía que estaba hecho para dar órdenes todo el tiempo. Su hermano no había errado en su descripción. 


“Mi hermano asustaba a todo el mundo con su presencia,tal como los legendarios samurai de mi país, ya que tiene ese don maldito de hacer temblar a los hombres con solo una orden”.  

Violet suspiró antes de hablar:

—Lo siento, es que... —guardó silencio porque no sabía cómo darle la noticia a Antón de que su hermano estaba muerto. Ella lo miró bien por segunda vez, se notaba a kilómetros que tenía mal genio, no solo era su don maldito de samurai o como lo dijera antes Aiko, podría decir que tenía cero paciencia. 

—¿Qué? —Antón preguntó, mientras achicaba los ojos. Que ya eran pequeños en sí.

—Por favor, siéntese. 

Violet le dio la espalda y se dirigió hacia la única recámara del departamento y que no tenía puerta. La vio cuando recostó al niño que entre el ir y venir de su madre se había quedado dormido en sus brazos. Anton ni siquiera notó cuando él había dejado de llorar. Ella lo recostó en la cama y mientras le colocaba cojines a su alrededor Antón dejó su maleta en el piso y tomó asiento. Violet llegó un momento después. 

—Gracias, por ayudarme con el señor Víctor. ¿Le gustaría tomar un café? 

Antón la miró de pies a cabeza por segunda vez esa tarde, pero en esa ocasión ella se dio cuenta de su escrutinio lo que provocó que se sintiera muy pequeña. Cuando él fijó la vista a la altura de su pecho, Violet recordó que no llevaba sostén y que su playera era blanca, por lo que podría estar dándole una gran vista a sus senos que no dejaban de drenar leche materna. Ella fijó la mirada hacia donde él la había tenido antes de que mirara hacia los alrededores del departamento para no mirar más su cuerpo. 

Violet se dio cuenta de lo transparente que se veía su playera mojada. Por lo que tomó un suéter de la silla del comedor y se lo puso. Cruzó sus brazos alrededor de ella y se sentó en la silla con las piernas cerradas. Por un momento, a Antón le pareció una pequeña niña asustada y desamparada. Parecía una pequeña gatita abandonada, tal como a su hermano le gustaba recoger y llevar a casa a escondidas.

—¿Y bien? ¿Me va a decir al fin dónde está mi hermano o no?

Ella lo miró a los ojos y lo que Antón vio en ellos fue devastación. Lo que hizo cuestionarse si él de nuevo se había ido y si otra vez no podría encontrarlo. 

¿Cuántas veces, en esos ocho años, había llegado tarde al lugar en donde su hermano había estado viviendo? Tres veces había estado tan cerca de encontrarlo, pero él parecía salir corriendo cada vez. Solo que él nunca antes se encontró con una chica dándole razón de él.

—Aiko, murió hace dos meses. 

De todo lo que ella pudo haber dicho, Antón, no pudo imaginarse nada como eso. 

Él se quedó mirando a la mujer un momento a la cara, a sus ojos. Buscando un indicio de mentira. No la encontró. Sus ojos brillosos como sus manos temblorosas y la tristeza profunda que emanaba, era la pura verdad. Su hermano estaba muerto...

—¿Muerto?... —susurró tragándose el nudo en la garganta que amenazaba con asfixiarlo, por primera vez su máscara estoica calló por unos minutos.

—Sí. Lo siento, él...

—No puede ser... Yo recibí un email de él apenas hace una semana. Quería que yo viniera hasta aquí. ¿por qué miente?

—No, no fue él. Yo envié el mensaje. Lo siento si lo hice confundir. Aiko me enseñó solo un poco de Japonés. Yo... estaba... estoy todavía conmocionada, y tampoco lo puedo creer. A veces yo... Siento que si miro a cualquier parte de este lugar lo veré... Y…

Las alertas se encendieron en él… y se preguntó si esa mujer era algo más que una conocida de su hermano…

—¿Quién es usted y por qué envió el mensaje?

—Lo envié porque... sé que Aiko pensaba mucho en usted y su padre. 

Violet se levantó de la silla y caminó hacia el mueble donde debería haber una televisión, más lo único que los ojos de Antón encontraron fueron dos cajas de madera. Violet tomó una y caminó hacía él.

—Son parte de las cenizas de Aiko. Espero que no le moleste que me quede con la otra parte. Pero quiero que el hijo de su hermano tenga algo de su padre. 

Anton se puso en pie de inmediato. 

—Usted es...

Anton ya lo sospechaba, la identidad de la mujer, sin embargo, no podía ponerle nombre a la relación que tuvo su hermano con la pequeña basurita, tan poca cosa para Aiko. 

Por un momento se preguntó si ella estaba mintiendo, si acaso era una estrategia para conseguir algo, porque sabía que su hermano era en realidad un hombre de familia rica, tal vez ella no sabía que él huyó renunciando a su nombre y herencia. Tal vez ella creía que conseguiría dinero si hacía pasar a su hijo como de Aiko. 

¿Y si su hermano no estaba muerto y solo estaba mintiendo aprovechándose de su distanciamiento para estafarlo?

—Mi nombre es Violet Takahashi, esposa de su hermano. Y el niño que tenía entre mis brazos es el hijo de Aiko, su sobrino. 

Antón miró hacia la recamara, sus ojos buscaron al niño de inmediato. Estaba a punto de ir y mirar al niño, que debería tener rasgos orientales pero… Violet le tendió la pequeña caja donde venían las cenizas de Aiko. Al levantar la mano para sujetar las cenizas. Las acercó a su pecho abrazándose. Sin querer creer lo que ella le decía.

—Su esposa e hijo...

 

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