Violet: La mujer con zapatillas rojas
Descubre la historia de Violet, la mujer cuyas zapatillas rojas dejaron una huella imborrable en su camino. Su viaje está lleno de inspiración, pasión y misterio.
Capítulo 1
Habían pasado diez años desde que Antón viajó a Estados Unidos, recuerda que en aquella ocasión lo hizo por negocios. Ahora viajaba para reencontrarse con su hermano menor.
Aiko se había marchado de casa tan solo ocho años atrás. Si Antón hubiera sabido que esa vez no volvería con el rabo entre las patas a casa, lo hubiera ido a despedir al aeropuerto como se lo pidió el mismo Aiko. Pero su orgullo herido y sus celos lo cegaron y no miró a su hermano a la cara ni le dirigió la palabra cuando este lo buscó para intentar arreglar las cosas entre los dos. Luego fue a despedirse sabiendo que Antón no iría al aeropuerto.
Después de ocho años y de muchos intentos fallidos por encontrarlo, a petición de su padre y muy secretamente también por él; Aiko, volvió a dar señales de vida con un mensaje de correo electrónico. Un mensaje demasiado críptico para su gusto, pero que no dio indicios para iniciar una charla ni nada más por correo electrónico. Cuando Anton se dio cuenta de que Aiko no respondería sus mensajes, le confesó a su padre sobre el mensaje de Aiko. Su padre, le exigió traerlo de vuelta a como diera lugar.
Cuando el avión aterrizó y Antón sano y salvo, se atrevió a salir de ahí lo más rápido que pudo, esperó pacientemente en la fila para recoger su equipaje y cuando por fin pudo salir del aeropuerto, tomó un taxi y exigió que lo llevará a la dirección que aparecía en el remitente del correo de su hermano.
Ciertamente, no esperaba que fuera en una de las zonas más pobres de la ciudad.
—Señor, no es de mi incumbencia, pero tal vez debería quitarse el reloj de oro que lleva en su muñeca, pues la zona a la que nos dirigimos no es de las más seguras en la ciudad. —aconsejó el chofer del taxi cuando el brillo del reloj de oro se reflejó en su espejo retrovisor.
Antón asintió en agradecimiento antes de quitarse el reloj y guardarlo dentro del bolsillo oculto de su abrigo.
Durante el viaje observó con detenimiento la zona en la que estaba viviendo su hermano pequeño, un joven rico que nunca sufrió penurias ni hambre. Y comprendió, porque de pronto lo había contactado, seguramente estaba en problemas y él no estaba dispuesto a juzgarlo.
Después de todo, Aiko, siempre tuvo la razón. Y él no debió ignorar su advertencia. Ayaka, su ahora esposa, era una mujerzuela cruel y ambiciosa que los había separado. Ya que mientras él la cortejaba para tomarla en matrimonio, con un respetuoso noviazgo, ella seducía a Aiko jurándole que solo estaba saliendo con él por órdenes de sus padres. Pero Aiko, ese niño perspicaz, entendió que ella no daría marcha atrás a su matrimonio con su hermano.
—Señor, hemos llegado.
Antón pagó lo indicado al taxista y bajó del vehículo con su maleta bajo la mirada astuta de un grupo de hombres que estaba bebiendo en la escalinata del edificio en donde se suponía estaba Aiko.
Entró al edificio sin mirar al grupo de hombres que claramente estaban decidiendo si debían ir o no detrás de él, pero que al verlo a la cara dudaron. Tal vez, después de todo, lo reconocían como un posible familiar de su hermano. Se preguntó la relación de Aiko con esos malhechores.
Subió al elevador y marcó el número 4 que era el piso que marcaba la dirección. Piso 4 departamento 6. Un hombre alto y con sobrepeso detuvo las puertas del asesor antes de que estas se cerraran. El obeso, apestaba a sudor y hierba. Y antes de que Antón se sintiera lo suficientemente asqueado como para vomitar sobre los zapatos del gordo, este se bajó en el piso 2.
Antón bajó en el piso 4 y comenzó a buscar la puerta con el número marcado como 6. Cuando la encontró le atrajo la atención los gritos y golpes que se escuchaban a dos puertas del número seis. Antón tocó el timbre dos veces antes de que una mujer del departamento en donde se escuchaba la discusión saliera. Ella tenía el rostro magullado y los gritos y maldiciones hacia la que parecía su pareja no pararon hasta que ella se percató de su presencia. Mirándolo de pies a cabeza ella solo atino a decirle antes de que saliera corriendo que:
—El timbre no sirve. Debe tocar con la mano. ¿Comprende? Con la mano.
Ella le hizo señas con sus manos, creyendo que él no hablaba su idioma.
Cuando ella desapareció detrás de las puertas del ascensor. Antón dio dos suaves toques a la puerta con su puño.
Una mujer joven, de cabello rubio y hermosos ojos azules, abrió la puerta. Ella, claramente tenía un rostro juvenil, como el de una niña que estaba entrando en la adultez, era pequeña y delgada, y sus facciones eran finas. Era bonita, cierto, pero carecía de elegancia en sus movimientos y educación.
Ella parecía estar luchando con algo por lo que Antón bajó la mirada a los brazos de la joven. Ella estaba amamantando a su bebé. Antón apartó la mirada y la puso directo a los ojos azules y profundos de la chica.
—Buenas tardes, busco a Aiko Takahashi.
Ella abrió los ojos muy grandes en reconocimiento del nombre de su hermano.
—Disculpe, señor, ¿usted es Atón Takahashi?
—Sí, así es. ¿Dónde está mi hermano?
—Él... ammm... él está... —La joven parecía tener las palabras atoradas en la garganta. Por lo que balbuceaba tratando de decir algo.
En ese momento el grasiento hombre del elevador apareció enfurecido, dando grandes zancadas hacia ellos.
—¡Oye tú, Violet! ¡Págueme la renta! —gritó a escasos centímetros de sus rostros, al hombre grasiento le gustaba intimidar a la gente.
La joven llamada Violet, palideció en un instante.
—Víctor, por favor, no es el momento. ¿Puedo verte más tarde? —le preguntó, entre avergonzada y muy nerviosa.
—¡Puedo verte más tarde! ¡Puedo verte más tarde! ¿Crees que soy imbécil? Dijiste que pagarías ayer, y no lo has hecho. ¿Qué te crees, perra? Hazle una mamada a este niño bonito y que te pague lo de mi renta. Anda, entra ese cuarto terminalo y pagame, yo esperaré aquí.